El agua; hoy voy a comenzar
una serie en la que voy a hablar del agua, más concretamente de los ríos,
arroyos, regatos, fuentes y manantiales de nuestro pueblo; puede parecer un
tema baladí, pero en un tiempo en que el agua se ha vuelto tan importante, o más,
que el aire que respiramos, no está de más hablar de ello y ver, un poco, cómo
ha ido cambiando a lo largo de los años, y de los siglos.
Considero, aunque sólo
es mi opinión, que nuestro principal curso de agua a lo largo de los años
(aunque no hoy) es el arroyo Tijera y no lo digo por su caudal o por su
longitud, sino por todo lo que ha aportado a la vida diaria de nuestro pueblo;
todos sabéis cual es, nace donde hoy está la cantera, de regatos provenientes
de la sierra, y cruzando el municipio y pasando a Villacastín por la Fresneda,
va a morir en el arroyo (o río) Cardeña.
Esos regatos, también
llamados regajales (de ahí el nombre de la zona), que descienden de la sierra y
van a parar al paraje del Arcamadre, conforman el nacimiento del Tijera; el Arcamadre,
hoy sepultado en el olvido por la destrucción causada por la explotación de la
cantera, se llamaba así por el depósito que se construyó a principios del siglo
XIX para canalizar las aguas que servirían para el consumo público en la aldea;
llegaba a ella por la fuente, o pilón, de Los Cuatro Caños que, durante muchos
años era el único punto en el que se podía surtir de agua (para beber) al
pueblo, aparte de la fuentecilla, al otro lado de la carretera, de La
Cabezuela; también llenaba, como no, un antiguo pilón, grande y bajo, para que
abrevase el ganado, situado un poco más abajo de Los Cuatro Caños.
El agua sobrante bajaba
por el cauce entre peñas y árboles en el que, poco a poco, se hicieron pozas
para el lavado de la ropa; por el camino del Arcamadre, que desde la Carretera
del Campo iba hasta el arroyo entre zarzamoras y álamos por el mismo sitio
donde hoy día está el depósito de agua potable, las mujeres, con el cesto de
mimbre lleno de ropa a la cabeza o sujeto a la cadera, la tabla de lavar y la
tajuela o rodillero, se dirigían a lavar, cómo no, y a hablar unas con otras,
mientras realizaban su dura tarea, de las novedades del vecindario;
aprovechaban también para secar la ropa allí mismo, encima de jaras y
tomillares y bañaban también a sus chicos pequeños que las acompañaban.
Después el arroyo
cruzaba el camino de El Cubillo bajo un puentecillo que cuando empezaban las
lluvias, allá por septiembre, no era raro el año en que las aguas, crecidas, se
lo llevaban hasta que se construyó, recuerdo que por Demetrio y sus hermanos,
uno de verdad, con suficiente amplitud para que las aguas no se lo llevaran,
con ello se acabó aquello que se oía un año sí y otro casi también: “se ha
llevado el puente del Cubillo”, y todos acudíamos a verlo.
Desde ese punto, el
agua corría encañonado con las laderas del Valle a la derecha; aquí hay que
hacer mención que este arroyo, anteriormente, tuvo el nombre de Tejera, ¿por
qué?, pues porque en estas zonas, y aprovechando la tierra que se recogía de
las laderas, se fabricaban tejas; recuerdo que (y ya he hecho mención de ello
en alguna que otra entrada) fui testigo, en ese lugar, de la fabricación de
ladrillos de adobe para edificar chozas y casetas por parte de alguno de los
vecinos del pueblo; hace falta poca imaginación en cómo el antiguo nombre de
Tejera fue amoldándose, poco a poco, en el de Tijera, una vez olvidada la
antigua función que sus aguas tenían.
El arroyo seguía
bajando de cota y cruzaba la carretera nacional bajo el llamado Puente Tijera y
alcanzaba los terrenos denominados Los Batanes; este nombre se debe a la
existencia, en estos parajes, de batanes para preparar la lana antes de hilarla
y tejerla; hay constancia de los telares de estameñas que había en Aldeavieja,
siendo uno más de los que hicieron famosas las hilaturas segovianas hasta que
llegó, poco a poco, su decadencia y su total desaparición; pero, nos dejó otro
nombre que debemos a otro de los múltiples servicios que nos dio el Tijera.
Después, el arroyo se
remansa, va serpenteando entre prados y campos de cultivo hasta que llega a la
Cotera de Villacastín y la traspasa; allí va creando un sinfín de vueltas y
revueltas, regando las praderas y los fresnos centenarios hasta ir
deslizándose, mansamente, en los brazos del Cardeña.
Todo esto fue ayer,
cuando el agua corría libre y fresca, tenía vida que se mostraba en los
zapateros, renacuajos, salamandras y culebrillas de agua, no peces, no daba
para tanto; pero sus aguas estaban allí, más o menos cuantiosas según la época
del año para ayudar en la vida del pueblo y servir de lavadero, bañera y lugar
de juegos, no sólo para los hombres, sino también para los animales.
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