26 de septiembre de 2024

Campo Azálvaro II

 

Esta segunda entrega, dedicada al Campo Azálvaro, la quiero comenzar con un cariñoso recuerdo a todos aquellos familiares nuestros que, en algún momento de sus vidas, han trabajado en aquel lugar, sobre todo en la finca de El Alamillo que tan gratos recuerdos tenía para muchos de ellos, trabajando como vaqueros, pastores o guardeses; todos hemos tenido un padre, un tío u otro familiar que pasó algunos de sus años en aquella dehesa; también recordar, durante las fiestas del pueblo, la tarde en que los mozos subían al Campo a por los becerros primero, más tarde las vaquillas, con las que se jugaba a ser una figura del toreo; a ellos, y a vosotros, van dedicadas estas líneas.

El siglo XX comenzaba con la propuesta, aprobada en las Cortes Generales, de utilizar las aguas del Voltoya y de los arroyuelos que lo alimentaban en el Campo Azálvaro, para paliar el, ya por entonces, escaso abastecimiento de agua potable que se sufría en la capital de la provincia; el llamado “plan Aguinaga” que incluía la construcción de un embalse en la zona denominada “Los Callejones”, ya propuesto en 1890, fue retomado en los años 50 del siglo pasado, apareciendo como una fácil solución en diversos medios de comunicación; pero no fue, hasta 1975, que se hizo oficial el deseo de la construcción de dicho embalse, que fue construido en los primeros años de la década de los ochenta, cambiando, totalmente, el paisaje; pero, constituyendo, según mi opinión, una gran fuente de oportunidades que ha permitido que en 1989, la Fundación Gran Duque de Alba (de Ávila) hubiese censado a más de 3.800 aves de más de 31 especies diferentes (sobre todo ánades y cigüeñas); todo esto sirvió para que en el año 2000 fuese creado el Espacio Natural del Campo Azálvaro.


Pero hubo otros peligros para la supervivencia de esta zona; en 1976 la Academia de Artillería de Segovia, a través del (antiguo) Ministerio del Ejército solicitó que en el valle se creara un campo de tiro; menos mal que tanto autoridades locales como la sociedad civil en pleno, sin diferencias ideológicas, se opuso a tan descabellado proyecto, pero el peligro estuvo planeando sobre el Campo casi durante una década.

Otra de las muchas amenazas que  se cernieron fue la construcción de la autopista que, en un principio, se denominaba El Espinar-Ávila y que contaba con todos los permisos y el beneplácito de las autoridades provinciales y de los diferentes municipios a los que pertenece el Campo Azálvaro; también aquí triunfó la cordura y la autopista se construyó donde todos conocemos, paralela a la carretera N-110.

Y, por último, la postrer amenaza a la que se enfrentó, en el siglo XX, fue el intento de construcción de diversas urbanizaciones, a lo que se oponía el Ayuntamiento de la capital abulense, pero que satisfacía a los distintos Ayuntamientos de los pueblos de la zona; primero fue la denegación, en 1979, a la compañía de Juan Banús Hermanos, S.A. del permiso de construcción de chalets y de la utilización de las aguas del río Voltoya y, más tarde el intento de la Urbanización “El Castillo”, que preveía la construcción de más de 2.300 chalets unifamiliares que, además, en 1999, recibía la autorización del Tribunal Supremo para la edificación señalada a lo que se oponían casi todas las fuerzas vivas de la provincia.


Y así llegamos al fin del siglo XX, con la espada de Damocles de las urbanizaciones levantada sobre el futuro del Campo Azálvaro; en una tercera entrega (ya en el siglo XXI) veremos el final de esta historia.

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