Esta segunda entrega,
dedicada al Campo Azálvaro, la quiero comenzar con un cariñoso recuerdo a todos
aquellos familiares nuestros que, en algún momento de sus vidas, han trabajado
en aquel lugar, sobre todo en la finca de El Alamillo que tan gratos recuerdos
tenía para muchos de ellos, trabajando como vaqueros, pastores o guardeses;
todos hemos tenido un padre, un tío u otro familiar que pasó algunos de sus
años en aquella dehesa; también recordar, durante las fiestas del pueblo, la
tarde en que los mozos subían al Campo a por los becerros primero, más tarde
las vaquillas, con las que se jugaba a ser una figura del toreo; a ellos, y a
vosotros, van dedicadas estas líneas.
El siglo XX comenzaba
con la propuesta, aprobada en las Cortes Generales, de utilizar las aguas del
Voltoya y de los arroyuelos que lo alimentaban en el Campo Azálvaro, para
paliar el, ya por entonces, escaso abastecimiento de agua potable que se sufría
en la capital de la provincia; el llamado “plan Aguinaga” que incluía la
construcción de un embalse en la zona denominada “Los Callejones”, ya propuesto
en 1890, fue retomado en los años 50 del siglo pasado, apareciendo como una
fácil solución en diversos medios de comunicación; pero no fue, hasta 1975, que
se hizo oficial el deseo de la construcción de dicho embalse, que fue
construido en los primeros años de la década de los ochenta, cambiando,
totalmente, el paisaje; pero, constituyendo, según mi opinión, una gran fuente de
oportunidades que ha permitido que en 1989, la Fundación Gran Duque de Alba (de
Ávila) hubiese censado a más de 3.800 aves de más de 31 especies diferentes
(sobre todo ánades y cigüeñas); todo esto sirvió para que en el año 2000 fuese
creado el Espacio Natural del Campo Azálvaro.
Pero hubo otros
peligros para la supervivencia de esta zona; en 1976 la Academia de Artillería
de Segovia, a través del (antiguo) Ministerio del Ejército solicitó que en el
valle se creara un campo de tiro; menos mal que tanto autoridades locales como
la sociedad civil en pleno, sin diferencias ideológicas, se opuso a tan
descabellado proyecto, pero el peligro estuvo planeando sobre el Campo casi
durante una década.
Otra de las muchas amenazas
que se cernieron fue la construcción de
la autopista que, en un principio, se denominaba El Espinar-Ávila y que contaba
con todos los permisos y el beneplácito de las autoridades provinciales y de
los diferentes municipios a los que pertenece el Campo Azálvaro; también aquí
triunfó la cordura y la autopista se construyó donde todos conocemos, paralela
a la carretera N-110.
Y, por último, la
postrer amenaza a la que se enfrentó, en el siglo XX, fue el intento de
construcción de diversas urbanizaciones, a lo que se oponía el Ayuntamiento de
la capital abulense, pero que satisfacía a los distintos Ayuntamientos de los
pueblos de la zona; primero fue la denegación, en 1979, a la compañía de Juan
Banús Hermanos, S.A. del permiso de construcción de chalets y de la utilización
de las aguas del río Voltoya y, más tarde el intento de la Urbanización “El
Castillo”, que preveía la construcción de más de 2.300 chalets unifamiliares
que, además, en 1999, recibía la autorización del Tribunal Supremo para la
edificación señalada a lo que se oponían casi todas las fuerzas vivas de la
provincia.
Y así llegamos al fin
del siglo XX, con la espada de Damocles de las urbanizaciones levantada sobre
el futuro del Campo Azálvaro; en una tercera entrega (ya en el siglo XXI)
veremos el final de esta historia.
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