(continuación)
Las huellas estaban claras sobre la
nieve: iban por el camino de Blascoeles en dirección al cobertizo donde Julián
guardaba sus vacas; llegaban hasta la misma puerta…
-Pues aquí no está –dijo el Cipriano
después de echar una mirada por el interior- y las vacas tienen comida, eso es
que el Julián se lo puso.
-Entonces… quiere decir que estuvo
aquí.
-Eso es lo que digo.
-Entonces… habrá que volver por donde
hemos venido a ver si luego estuvo en algún otro sitio.
-Eso es lo que iba a decir.
-Entonces…. vamos pa fuera, a ver dónde se dirigen las
huellas.
Y Cipriano y Matías salieron del
encerradero, cerraron la puerta dando vueltas a la cuerda que servía de
pestillo y dieron media vuelta, en dirección del pueblo.
-Menos mal que no hace tanto frío
como ayer…
-Sí, menos mal.
-Y el diablo de Julián… ¿dónde se
habrá metido?
-Algo le tiene que haber pasado, si
no… estaría en su casa con la Remedios y nosotros no estaríamos aquí, dando
vueltas como un tonto y mojándonos los pies con esta nieve.
-En eso tienes razón.
Y, con estas, fueron adivinando las
huellas de las abarcas del Julián, que se dirigían de vuelta al pueblo, a su
lado trotaba el “Moro”, que olfateaba en el suelo el olor de su amo y gañía, de
vez en cuando, indicando, nervioso, que iban en buena pista.
-El perro le huele.
-Eso parece.
-Pues en el camino tendremos que
encontrarle.
-No creo, le habríamos visto al
venir…
-Eso es verdad.
Más adelante, vieron como unas
huellas se juntaban con las de Julián, huellas pequeñas, muy juntas, como de
alguien que va andando a pasitos y, junto a ellas, la marca redonda de un
bastón o una cachaba.
-Parece que aquí se encontró con
alguien…
-Sí, eso parece… esos pies tan
pequeños…. ¿una mujer?
-Una mujer… y… ¡un bastón!
-¡Una mujer vieja!.
-¿Qué hacía aquí con este tiempo?
-¿Tomar el fresco?
La mirada de Cipriano lo dijo todo y
Matías optó por encogerse de hombros y mirar otra vez al suelo.
-Pero, mira, aquí las huellas van
juntas en dirección del pueblo.
-Vamos tras ellas.
Las siguieron por espacio de un
kilómetro, más o menos, de pronto se quedaron quietos, miraron a su alrededor y
sus caras parecían la máscara del temor más profundo; estaban frente a la casa
de la tía Peñalejas; las huellas que venían siguiendo acababan allí, en la
puerta de entrada; instintivamente dieron un paso atrás mientras el “Moro”,
apoyando sus cuartos traseros en el suelo levantaba la cabeza y soltaba un
aullido lastimero y profundo como muestra de un dolor y de un miedo ancestral.
-¡Vámonos de aquí! –murmuró en voz
baja Martín- ¡Vámonos, Cipriano, vámonos, por lo que más quieras!.
Su compañero no se lo hizo repetir y
ya estaba dándose la vuelta para marchar de allí cuando un ruido les clavó
donde estaban, paralizando cualquier movimiento de su cuerpo.
¡La puerta de la casa se estaba
abriendo!.
(continuará...)
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