(continuación)
A su espalda se oyó una voz que les
dejó helados:
-¿Qué deseáis?
El primer impulso fue el de huir
pero… la curiosidad pudo más que el miedo; nunca había visto a la tía
Peñalejas, nunca; y Cipriano pensó que,
contar a los demás cómo era, valía la pena aunque se encontrara, frente a
frente, con la cara del mismísimo Satanás; así que, lentamente, fue volviéndose
y miró hacia el hueco de la puerta.
No se lo esperaba, ante él estaba una
mujer anciana; más que anciana, vieja; más que vieja, eterna; de edad
indefinible, lo mismo podía tener cincuenta años de doscientos ¿cómo sería una
mujer de doscientos años?, se preguntó.
Le sonreía, si de sonrisa se podía
llamar a aquella mueca en la cara, en la que una boca entreabierta dejaba ver
unas encías desnudas; la nariz aguileña, los ojos pequeños…. Pero vivos, muy
vivos, como si en ellos ardiera un fuego que desmentía la decrepitud del
cuerpo.
La voz era suave, le recordó a su
abuela cuando le llamaba, desde la puerta de la casa para que entrara para
cenar…
-¿Qué deseáis?
-Veniamos… nosotros, buscamos al
Julián…. ¿ha estado aquí?
-Julián… Julián… ¡ah, sí, Julián!
está aquí, pasad… está al fuego…
Cipriano y Matías entraron en aquella
casa que, antes que ellos, muy pocos habían pisado.
-Mirad, ahí, en la cocina, está al
fuego, calentándose…
Y… sí, allí estaba, sentado en un
poyete, de cara a la lumbre que ardía alegremente en el hogar…
-Juraría que no salía humo por la
chimenea… -pensó Cipriano-
-Mira Julián, mira quién ha venido a
verte…
-Julián… ¿qué haces aquí? Te estamos
buscando toda la mañana… ¿dónde has estado?; la Remedios está como loca sin
saber dónde andabas…
Julián les miró como si no los
reconociera, con la mirada ida, como si viera a través de ellos; sonrió con una
sonrisa que más que dar tranquilidad… daba miedo…
-Remedios… -balbuceó- Remedios…
-Sí, Remedios, tu mujer….pero, ¿qué
te pasa, Julián?
-Lo encontré caído en la puerta
anoche…. ¡pobrecito! Se habría congelado si no le llego a meter dentro…, estaba
medio muerto, sin poder hablar…
-Gracias… señora… gracias… pero será
mejor que lo llevemos a su casa, con su mujer, allí se recuperará mejor…
-Sí, bueno, pero id a buscar unas
mantas para arroparle, si no, en el camino, le puede dar algo; mientras le daré
un poco de caldo, para que se entone por dentro.
Los dos hombres salieron de la casa,
no sabían si contentos por encontrar a Julián o asustados por lo que habían
visto… no entendían cómo Julián había caído en la puerta de la Peñalejas, tan
cerca ya del pueblo, cómo el “Moro” no les había llevado allí directamente,
cómo… en fin, con paso rápido se dirigieron en busca de Remedios, a por algo de
abrigo para Julián y para darle la noticia y que se tranquilizara…
-¡Remedios, Remedios…!
-¿Qué pasa, lo habéis encontrado?
–preguntó la mujer, en cuya cara se reflejaba el miedo a conocer una respuesta
que barruntaba.
-¡Sí!, pero no te lo vas a creer…
¡estaba en la casa de la Peñalejas!.
-¡Dios!... ¿y qué hacía allí?
-La vieja dice que se lo encontró
tirado en la nieve y que lo metió en su casa, que si no… se habría muerto
helado y…
Entonces Cipriano se quedó meditando,
eso no podía haber sido así… ellos habían visto las huellas en la nieve,
huellas que se encontraban a mitad de camino… Julián había entrado por su
propio pie en la casa de la “Peñalejas”, ¡no le había metido ella!; entonces… y
una nube negra pasó por su mente.
-¡Vamos, daos prisa! ¡Dame una manta,
Remedios!, ¡Vamos, Matias, hay que darse prisa, aquí hay algo raro…!
-Pero…
-¡No hay peros, vamos, te digo!
A buen paso, casi corriendo, los dos
hombres se dirigieron, de nuevo, a casa de la vieja; cuando ya estaban cerca,
Cipriano alzó la vista al tejado…
-La chimenea no echa humo… -musitó
apenas- ¡Corre, Matías, me huelo algo feo, corre hombre!.
Al llegar a la casa llamó con dos
fuertes golpes en la puerta.
-¡Abre mujer, abre, que aquí traemos
las mantas…!
Nadie contestó, la puerta cedió al
empujarla levemente y del interior les llegó un frío como el que nunca habían
sentido antes, ni en lo más crudo del más crudo invierno.
Pausadamente penetraron en la
vivienda, el silencio les envolvió como un mal presagio… ¡allí no había nadie!,
la cocina estaba vacía, las telarañas indicaba un abandono de años… ¡Julián no
estaba allí!, buscaron por toda la casa… era pequeña y no tardaron mucho, sólo
unos pocos muebles viejos y rotos, polvo y telarañas y en el alfeizar de la
ventana, la ventana que daba al camino, un gato negro les miró mientras
maullaba lastimeramente.
(continuará...)
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